“Los años pasaron y me acostumbré a mantener por fuera una apariencia que aunque no era intencional, la había aprendido a mostrar desde niña.”
M.U
La historia que me tocó vivir
Vengo de un hogar donde fui amada y protegida por mi papá y mi mamá. Tuve una infancia feliz, jugaba y disfrutaba como cualquier niña amada. En mi percepción de niña, mi vida era perfecta; hasta que, alrededor de los de los 8 años de edad, comencé a sufrir abuso sexual a manos de un familiar muy cercano y de confianza para nosotros.
Durante los abusos, tenía claro que me sentía incomoda, pero nadie me había hablado que esto podía pasarme. No sabía si eso estaba bien o no, suena difícil de creer, ¿verdad? Es que, ¿cómo una niña de 8 años no se da cuenta que eso está mal?, ¿cómo es que no lo cuenta, no grita o sale corriendo? Créanme, nadie se hizo esas preguntas más que yo, pero entendí que mi YO adulto estaba juzgando a una niña que no tenía la mínima idea de qué era la sexualidad.
Así continuó mi vida por un par de años consecutivos. Yo sufría abuso y luego seguía jugando como si nada había pasado. El abusador se encargaba de convencerme que todo estaba bien, que no era nada malo y que era un secreto entre ambos. Continué creciendo entre abusos y juegos, silenciada y manipulada por un abusador que fingía amor y normalidad en la situación.
Al inicio de mi adolescencia empezaron mis luchas. Recuerdo que para ese momento los abusos se habían detenido y, aunque por fuera todo parecía normal, por dentro había una guerra continua con mi autoestima, dependencias emocionales, miedo al rechazo e inseguridades. Los años pasaron y me acostumbré a mantener por fuera una apariencia que aunque no era intencional, la había aprendido a mostrar desde niña.
Durante todo ese tiempo me sostuve del amor de Dios, logré alcanzar metas, estaba rodeada de buenos amigos, pero no entendía por qué seguía inconforme con mi vida.
A mis 32 años, logré hablar por primera vez del trauma vivido en mi niñez a manos de aquel hombre, lo hablé durante una conversación importante con mi esposo. En esa conversación, pude contarle a medias mi historia de abuso y simplemente le insistí en que no había sido tan importante, que todo estaba superado y que nuestra vida continuaba.
Pocos años después, una tarde, empecé a leer sobre una mujer que había sufrido abuso sexual en su infancia, en su libro hablaba sobre las consecuencias que le tocó afrontar. Me identifiqué inmediatamente con ella, no podía parar de llorar. A partir de ese momento, empecé a tener pesadillas, a llorar de repente sin alguna razón aparente, a explotar en ira en una discusión sencilla con mi esposo y con esto los días comenzaron a hacerse cada vez más difíciles.
Nuestra hija empezó a crecer y decidimos tener un segundo bebé; entre las hormonas del embarazo y el cansancio mental, llegué a creer que me estaba volviendo completamente loca; constantemente creaba en mi mente situaciones dolorosas. Entonces comprendí que necesitaba ayuda, tenía a Dios de mi lado como mi mejor aliado, pero también necesitaba herramientas. Me negué a seguir así, necesitaba hablar y sanar. Fue entonces cuando 27 años después de los abusos, busqué ayuda profesional.
0 comentarios